miércoles, 12 de noviembre de 2014

Tiene, no es.

Estos últimos dos años he vivido el poder destructivo y antagónicamente creador que pueden tener las palabras. La manera en que nos referimos a un ser humano puede definir el curso de su vida.

Al decir que un niño es autista lo estamos limitando a un diagnóstico, a un conjunto de características y déficits que describen sus dificultades para vivir la vida de manera funcional. Le estamos cerrando las puertas a un sinfín de oportunidades en las cuales se desarrollaría como individuo; lo estamos encasillando en una palabra.

Hace dos años pensé que conocí a un niño autista, ¡pero me equivoqué! Conocí a un niño feliz, enérgico, organizado, puntual, divertido, con una gran creatividad y un corazón de oro. Él no es autista, él tiene autismo, y es capaz de lograr todo lo que sueñe y más. 


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